36. No se puede fingir el amor
En el pasillo, detrás de la puerta entreabierta, Marcella escuchaba cada palabra. Sus manos temblaban tanto que casi deja caer la copa que sostenía.
Skyler… hijas… cinco años.
Todo resonaba como un trueno en su mente. Le comenzó a palpitar las sienes de la preocupación, estaba segura de que pronto se desmayaría.
Retrocedió un paso, luego otro, hasta refugiarse en su habitación. Cerró la puerta de golpe y se derrumbó contra la pared.
El aire se le escapaba a bocanadas.
—No… no puede ser —murmuró, negando con la cabeza.
El espejo reflejó su rostro pálido, los ojos desorbitados. Había dedicado años a complacer a Giovanni, a intentar ser la esposa perfecta, a concebir un hijo que sellara su lugar en la familia Accardi. Y ahora…
Ahora Skyler, la mujer a la que había despreciado y llamado una fracasada, tenía lo que ella jamás podría darle a Giovanni: herederas. Y seguramente eran suyas de verdad, no como la farsa que ella había creado. No tuvo que recurrir a juegos ni trucos.