La biblioteca se mantenía en silencio, como si los libros escucharan. Keith hojeaba el volumen familiar con la precisión de quien conoce cada página, mientras Duncan seguía absorto en la vitrina de primeras ediciones, sus dedos rozando el cristal como si quisiera tocar el pasado.
Caroline se había acercado a Elara con una sonrisa suave, casi cómplice.
—¿Y tú? —preguntó en voz baja—. ¿Conoces bien a Keith?
Elara se tensó. La pregunta era simple, pero el peso que traía no lo era.
—No mucho —respondió, eligiendo cada palabra con cuidado—. No hemos convivido demasiado.
Caroline ladeó la cabeza, observando a Keith desde la distancia.
—Es… interesante. Tiene algo. No sé si es misterio o arrogancia. Pero me intriga.
Elara tragó saliva. No es misterio, pensó. Es oscuridad. Es perversión disfrazada de elegancia.
Pero no lo dijo.
—Es reservado —añadió, con una sonrisa que no tocó sus ojos—. Supongo que eso lo hace parecer más complejo de lo que realmente es.
Caroline la miró