—¿Te gustaría entrar a descansar un poco? —preguntó Keith, con una amabilidad impecable, dirigiéndose a Caroline.
Ella lo miró con una ceja ligeramente alzada, como si no esperara que él fuera tan cortés. Luego sonrió, encantada.
—Claro. Este viaje fue eterno. Y necesito un espejo con urgencia —dijo, riendo con ligereza.
Keith extendió un brazo, indicándole el camino hacia el interior de la casa. Caroline aceptó el gesto con naturalidad, caminando a su lado como si ya conociera cada rincón. Duncan y Elara los siguieron, cruzando el umbral hacia el ala este de la residencia, donde se encontraba el salón de descanso: una habitación amplia, con sillones tapizados en terciopelo gris, cortinas de lino claro y una chimenea apagada que aún olía a leña vieja.
Caroline se dejó caer con gracia en uno de los sillones, cruzando las piernas con una elegancia despreocupada. Se quitó la chaqueta de cuero y la dejó caer sobre el respaldo, revelando un vestido de lino beige que se ceñía a su f