Elara esperó hasta que Duncan desapareció por la esquina del pasillo antes de que su falsa sonrisa se desmoronara. La ansiedad era un nudo duro en su garganta, tan tenso que sentía que no podía tragar. El reloj mental que Keith le había activado hacía tictac en su cabeza. Se dio la vuelta rápidamente, sus pasos ahora más presuroso, pretendiendo dirigirse de nuevo a la biblioteca (el lugar más creíble para 'trabajar' a esa hora).
Mientras caminaba, sus pasos eran tensos y silenciosos sobre la alfombra gruesa, cada pisada un eco sordo de su pánico. Se detuvo bruscamente en un nicho sombrío cerca de la entrada a la gran sala de estar, donde la luz del candelabro no llegaba. Se apoyó contra el frío panel de madera tallada. Sacó el teléfono y leyó el mensaje de nuevo, con el corazón martilleando contra sus costillas con la furia de un tambor. Ya solo le quedaban siete minutos.
—¡Es un monstruo! Un maldito y cruel monstruo —murmuró Elara en voz baja, la voz quebrándose en un sollozo ahogado