Mientras Sofi se encuentra en el mostrador pidiendo algo para darle de comer a los niños, ellos se sitúan esperando en una mesa a que ella llegara. Mateo observa con disimulo como Aye limpia sus lágrimas, el niño estira su mano y en silencio limpia otra de las lágrimas rebeldes de la niña, ella, con rapidez, clava sus ojos en él, pero deja que siga su labor de alejar esas lágrimas de su rostro.
—Tu mamá va a estar bien —le dice el niño con suavidad, al tiempo que apoya su mano sobre la de ella con delicadeza.
—¿De verdad lo crees? —habla en voz baja y temblando.
—Sí —asegura él—. Lo creo —dice sonriéndole con dulzura.
—Gracias —musita.
—¿Por qué? —curiosea Mateo, al tiempo que acaricia el dorso de la mano de la niña con su pulgar, provocando con eso que a ella se le revoloteen las famosas mariposas del estómago.
—Por estar a mi lado —le contesta mirando alguna cosa imaginaria en la mesa un poco avergonzada como para mirar al niño a la cara.
—No tienes que agradecer —le hace saber sin