Yolanda me estaba mirando con una enorme sonrisa. Yo aparté la vista de ella y acomodé por tercera vez las flores que Grace me había dado.
— Es más bonita de lo que me habías contado —me dijo.
Grace se veía muy bien. Yo había pensado mucho en nuestro reencuentro, y esto, la verdad, no lo había imaginado. Se sintió tan raro, tan forzado.
— Apuesto a que ha venido con alguien —comenté.
Odiaba admitirlo, pero yo había venido con Yolanda solo para no verme como un imbécil. Sabía que ella estaría aquí con alguien y yo iba a morirme de los celos.
— Pues yo no veo a nadie —me dijo ella.
Yolanda era nuestra publicista, y de alguna manera, ella y yo nos llevábamos bien. De hecho, hasta hablaba con su esposo de vez en cuando.
— Debe estar por allí, o tal vez vendrá después —le dije.
Yolanda se acercó a mí, puso su mano en mi hombro y después empezó a reír.
— Apuesto mi vida a que si eso llegara a pasar, tú saldrías de aquí muy cabreado — me dijo.
Yo aparté su mano y la miré mal.
— No te digo na