Al día siguiente, cuando abro los ojos y me veo sola en la inmensa habitación, me quiero morir. No quiero estar aquí un segundo más, me siento demasiado incómoda. No quiero enfrentarme al ogro y mucho menos discutir con él.
Tras darme una ducha, me pongo lo primero que encuentro y salgo de la habitación. La enorme casa está sumida en un silencio sepulcral y eso me pone nerviosa.
Entro en la cocina y me encuentro con la nana quien me saluda como siempre con mucho cariño.
—Hola, linda, ¿cómo has dormido?
—Muy bien.
Sonrío al recordar que Edward vino a mi habitación en mitad de la noche y me hizo el amor con lujuria, amor y desenfreno. Mi mente viaja a ese momento y lo recreo una vez más en mi mente mientras sonrío como una tonta. La nana se da cuenta y me dice:
—El que se ríe solo, es porque de su picardía se acuerda—me entra la risa—, y estoy segura de que esa sonrisa tan gigante tiene nombre y apellido ¿Te preparo un vasito de leche?
Para no hacerle una mala acción le digo que sí, tre