La puerta del apartamento de Enzo se cerró tras ellos con un golpe seco. El silencio entre ambos era tan denso que podía cortarse con un cuchillo, pero sus miradas lo decían todo. No habían cruzado palabra durante todo el trayecto en el ascensor, donde la tensión había crecido con cada piso que subían, como si el oxígeno se volviera más escaso y el espacio más reducido.
Valeria se quedó inmóvil en el recibidor, observando cómo Enzo arrojaba las llaves sobre una mesa de cristal. La penumbra del apartamento solo era interrumpida por la luz de la ciudad que se filtraba a través de los ventanales. Enzo se giró hacia ella, y Valeria sintió que su corazón se detenía por un instante.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó él con voz ronca.
Valeria negó con la cabeza. No necesitaba alcohol. Lo que necesitaba er