PROPUESTA INDECENTE — LIBRO 1 Camile ha pasado por mucho. Desde pequeña, ser la hija de George Staton, un magnate de la industria aeronáutica y automotriz, solo le ha dado puros dolores de cabeza y decepciones. Primero; todo el mundo la adulaba y buscaba su aprobación en todo, cosa que le fastidiaba. Y segundo; no había podido tener una relación normal y auténtica con ningún muchacho a causa de su fortuna. Siempre resultaba que estaban con ella por conveniencia y no por amor. Hasta que decide, que podría utilizar aquello a su favor... ¡¿Y por qué no?! Hacer lo mismo que hacen los hombres de su círculo. Decidió que buscaría un acompañante masculino para satisfacer sus necesidades y el trato estaría estipulado a través de un contrato donde ella pagaba, mandaba e imponía, y la otra parte, como cualquier sumiso, debería de cumplir sus caprichos dentro y fuera de la cama. De aquella manera, simplemente se ahorraría unas cuantas lágrimas y millones de dólares al evitar que pusieran a merced de la prensa su intimidad. Entonces, apareció Henry Ross; un muchacho fuerte en todos los sentidos. Era apuesto... demasiado. Obstinado, orgulloso y brutalmente honesto. Sin embargo, la oferta hecha por Camile le pareció una locura, y aunque al principio se negó, un gran problema financiero lo obligan a aceptar aquella propuesta indecente. ¿Cómo terminarán las cosas entre los dos?
Leer másCamile ha pasado por mucho.
Desde pequeña, ser la hija de George Staton, un magnate de la industria aeronáutica y automotriz, solo le ha dado puros dolores de cabeza y decepciones.
Primero; todo el mundo la adulaba y buscaba su aprobación en todo, cosa que le fastidiaba. Y segundo; no había podido tener una relación normal y auténtica con ningún muchacho a causa de su fortuna. Siempre resultaba que estaban con ella por conveniencia y no por amor.
Hasta que decide, que podría utilizar aquello a su favor...
¡¿Y por qué no?!
Hacer lo mismo que hacen los hombres de su círculo.
Decidió que buscaría un acompañante masculino para satisfacer sus necesidades y el trato estaría estipulado a través de un contrato donde ella pagaba, mandaba e imponía, y la otra parte, como cualquier sumiso, debería de cumplir sus caprichos dentro y fuera de la cama. De aquella manera, simplemente se ahorraría unas cuantas lágrimas y millones de dólares al evitar que pusieran a merced de la prensa su intimidad.
Henry Ross era un muchacho fuerte en todos los sentidos. Mientras terminaba la universidad con honores, trabajaba de pasante en una compañía tercerizada que llevaba los números a varias empresas multinacionales.
Era apuesto... demasiado.
Obstinado, orgulloso y brutalmente honesto.
Cuando su camino se cruza con una joven empresaria tozuda, altanera y caprichosa, todo dentro de él se desbarata y aunque no quería admitirlo, aquella mujer con cara de niña pero carácter de ogro, lo impresionó tanto que en sus adentros, le gustó.
Sin embargo, la imagen que había forjado en su mente de aquella mujer que inesperadamente lo había contratado de asistente, con un sueldo que le hacía demasiada falta a su familia, cayó en picada a un fango de decepciones que lo alteró por completo por todo lo que le ofrecía.
Como todo hombre con principios, Henry rechazó aquella tentadora oferta en la que su jefa no solo le ofrecía su dinero, sino también su cuerpo por su sola compañía.
«¡¿Quería que fuera su prostituto?!», se había preguntado internamente mientras procesaba la propuesta que le estaba haciendo Camile, para luego marcharse furioso de su despacho, dando por hecho que no aceptaría aquella estupidez.
Pero todo da un vuelco, cuando las cosas en su hogar se desmoronan y Henry necesita con urgencia dinero. Mucho dinero.
—Sabía que volverías —dijo Camile, sin despegar su vista de los documentos que estaba revisando—. Siéntate, Ross.
Henry, presionando los puños y tragando con dificultad por la impotencia que le generaba tener que aceptar aquello, de mala gana hizo lo que su jefa le pidió.
—¿Qué es lo que tengo que hacer exactamente? —fue al grano. Las medias vueltas no iban con él.
—Es más sencillo de lo que crees, Henry —este hizo una mueca irónica y ella se puso de pie, rodeando el escritorio y recostando sus caderas sobre el mueble, frente al susodicho—. Seguirás trabajando aquí como mi asistente, y recibirás el salario que te corresponde por ello. Cumplirás con tu horario normal, a menos que necesite me acompañes a algún evento. En cuanto a lo otro, percibirás un sueldo independiente de varios ceros y harás exactamente lo que se te diga. Sin preguntas, sin protestas. Yo pondré las reglas, yo daré las órdenes y tú cumplirás.
—¿No le saldría más barato conseguirse un novio? —preguntó con sorna y ella sonrió con un matiz de tristeza en sus ojos color pardo.
—Créeme que me ha salido bastante caro todos los novios que he tenido, Henry. Con la cantidad de dinero que he tirado para reparar esos errores, comprarías una casa para cada miembro de tu familia, un coche para cada uno y el pago completo de una carrera universitaria en las mejores escuelas del país para tus hermanos.
—Entonces... —el semblante del joven se suavizó—. Yo también tengo unas cuantas condiciones —ella lo miró enarcando una ceja—. Nada de terceros. No me gustan esos juegos... ni fetiches, ni esas cosas del sado.
—¿Y si quiero utilizar juguetes? —preguntó ella divertida, solo para molestarlo porque tampoco le iban esas cosas. El esbozó una sonrisa que le pareció demasiado sensual y sintió como las piernas le temblaban.
—No creo que quiera hacerlo, después de que mis manos la hayan tocado —Camile se atoró con su propia saliva y se sonrojó al extremo. Él se cruzó de brazos, observándola esta vez con curiosidad—Es la primera vez que hace esto, ¿cierto?
—Creo que contigo, Ross, es mi primera vez en todo...
CamileEstábamos a punto de celebrar el año nuevo, mientras la nieve caía paulatinamente afuera. Mi pequeño jugaba feliz cerca de la chimenea con un juego de trenes que le había obsequiado en navidad, August.Verlo crecer de aquella manera, me inflaba el pecho de orgullo, pero también de tristeza. Me hubiera gustado que su padre lo viera, que supiera al menos que existía alguien que compartía sus genes y que apuntaba desde pequeño a que sería como él.Henry…Tres años sin saber nada de él… sin tener ninguna noticia.Treinta y seis malditos meses en los que he vivido con miedo, por enfrentar la vida sin él sosteniendo mi mano y acompañándome en esta difícil tarea de ser madre.Más de mil días en los que despertaba con el alma hecha pedazos, sin querer decirl
Un año después…CristopherLa cabeza me pesaba. Eran apenas las diez de la mañana y Daniel me había ordenado estar aquí tan temprano. Y es que haber ido de fiesta toda la semana, le estaba pasando factura a mi cuerpo.Ingresé al despacho, pidiéndole de inmediato a mi sexy secretaria que trajera un analgésico para el dolor que atenazaba mis sienes. Me recosté en el mullido sillón, colocando los pies sobre el escritorio y cerrando los ojos.Las cortinas seguían cerradas y la penumbra al menos no empeoraba el ardor que sentía en los ojos.Oí la puerta abrirse, y sonreí de lado con la intención de llevar a cabo una de mis tantas travesuras con la bella rubia que había contratado de asistente.—Regresaste pronto. Deja los analgésicos en el tocador y ven que necesito
UNA NUEVA VIDAAl llegar al aeropuerto más cercano al rancho, una camioneta color roja, aguardaba por mí para trasladarme a aquel lugar sitiado en el mismísimo fin del mundo. Bajo la luz clara de la soleada mañana, entre el infinito paisaje de árboles, perfiles de cerros y montañas, el vehículo fue andando por varias horas que me pareció la propia eternidad. El hombre que me trasportaba, de unos cincuenta o sesenta años, me veía de reojo de vez en vez intentando llamar mi atención para que emitiera alguna palabra. El silencio era lo único que respondía a sus miradas interrogantes y curiosas.Me perdí en mis pensamientos, mientras mis ojos se mantenían fijos en los follajes del camino boscoso que escoltaba mi trasporte. Un suspiro largo y cansino escapó de mi boca, al tiempo que pequeñas lágrimas descendían a través
EL PRINCIPIO DE UNA PESADILLA SIN FIN—¡Por supuesto que no! —dije asustada de que supiera la verdad en ese instante—. Es solo consecuencia de toda la tensión, de la situación… digamos que no es demasiado grato casarse por obligación —acoté con ironía mientras sus ojos me taladraban buscando algún atisbo de que mintiera. Sostuve su mirada inquisitiva, hasta que asintió poco convencido.—Por tu bien, espero que estés diciendo la verdad, Camile, porque te juro que no toleraré algo así —amenazó de manera sutil y solo afirmé con la cabeza—. Ven… —extendió su mano hacía mí, y por salvar la situación, despacio la tomé—, algunos invitados quieren saludarnos antes de que nos marchemos a nuestra luna de miel —explicó un tanto burlón y solo asentí
ADIOS PARA SIEMPRESus labios bajaron de mi boca a mi cuello, mientras sus manos se metían dentro de mi pantalón deportivo. De pronto, se fue incorporando y tirando de la prenda a través de mis piernas, desarropándome a la vez en el proceso, aunque no hacía falta que lo hiciera con sus manos, ya que con esos ojos fuego, me había desnudado hasta el alma.Mi camiseta también desapareció bajo la acción desesperada de sus dedos. Mi pecho subía y bajaba por la impaciencia que mi cuerpo sentía de verse fundida a la del hombre que me convertía en fuego, de mis propias cenizas.Había quedado simplemente con el sostén color marfil y la braga a juego, con los ojos expectantes ante el siguiente movimiento de Henry. Sus ojos eran pura efervescencia, y con sus dedos comenzó a recorrer mi cuerpo, desde mi garganta, pasando por el relieve de mis pechos, cre
RENDIDACamile Mi cuerpo había temblado, había tiritado cuando vi aparecer a Henry en el restaurante. Y fue cuando entendí que decirle tantas mentiras, sería prácticamente imposible.Sabía con solo ver esos ojos, que debería superar la prueba más dolorosa de mi vida, aunque pensaba que no podría porque me moriría en vida en ese mismo momento.Además, mentirle diciendo que no era amor lo que sentía, significaba renunciar a todo lo que amaba, a vivir marchita entre cuatro paredes y un techo. Simplemente creí que no saldrían las palabras que tanto había repasado en mi cabeza durante parte de la madrugada y la mañana, para que él me creyera y para que no sufriera la ira de esos dos hombres que prácticamente ya habían arruinado nuestras vidas.Pero Cristopher, con una sutil amena
Último capítulo