Propuesta Indecente — Serie Propuesta Libro I
Propuesta Indecente — Serie Propuesta Libro I
Por: Isabella Rossi
INTRODUCCIÓN

Camile ha pasado por mucho.

Desde pequeña, ser la hija de George Staton, un magnate de la industria aeronáutica y automotriz, solo le ha dado puros dolores de cabeza y decepciones.

Primero; todo el mundo la adulaba y buscaba su aprobación en todo, cosa que le fastidiaba. Y segundo; no había podido tener una relación normal y auténtica con ningún muchacho a causa de su fortuna. Siempre resultaba que estaban con ella por conveniencia y no por amor.

Hasta que decide, que podría utilizar aquello a su favor...

¡¿Y por qué no?!

Hacer lo mismo que hacen los hombres de su círculo.

Decidió que buscaría un acompañante masculino para satisfacer sus necesidades y el trato estaría estipulado a través de un contrato donde ella pagaba, mandaba e imponía, y la otra parte, como cualquier sumiso, debería de cumplir sus caprichos dentro y fuera de la cama. De aquella manera, simplemente se ahorraría unas cuantas lágrimas y millones de dólares al evitar que pusieran a merced de la prensa su intimidad.

Henry Ross era un muchacho fuerte en todos los sentidos. Mientras terminaba la universidad con honores, trabajaba de pasante en una compañía tercerizada que llevaba los números a varias empresas multinacionales.

Era apuesto... demasiado.

Obstinado, orgulloso y brutalmente honesto.

Cuando su camino se cruza con una joven empresaria tozuda, altanera y caprichosa, todo dentro de él se desbarata y aunque no quería admitirlo, aquella mujer con cara de niña pero carácter de ogro, lo impresionó tanto que en sus adentros, le gustó.

Sin embargo, la imagen que había forjado en su mente de aquella mujer que inesperadamente lo había contratado de asistente, con un sueldo que le hacía demasiada falta a su familia, cayó en picada a un fango de decepciones que lo alteró por completo por todo lo que le ofrecía.

Como todo hombre con principios, Henry rechazó aquella tentadora oferta en la que su jefa no solo le ofrecía su dinero, sino también su cuerpo por su sola compañía.

«¡¿Quería que fuera su prostituto?!», se había preguntado internamente mientras procesaba la propuesta que le estaba haciendo Camile, para luego marcharse furioso de su despacho, dando por hecho que no aceptaría aquella estupidez.

Pero todo da un vuelco, cuando las cosas en su hogar se desmoronan y Henry necesita con urgencia dinero. Mucho dinero.

—Sabía que volverías —dijo Camile, sin despegar su vista de los documentos que estaba revisando—. Siéntate, Ross.

Henry, presionando los puños y tragando con dificultad por la impotencia que le generaba tener que aceptar aquello, de mala gana hizo lo que su jefa le pidió.

—¿Qué es lo que tengo que hacer exactamente? —fue al grano. Las medias vueltas no iban con él.

—Es más sencillo de lo que crees, Henry —este hizo una mueca irónica y ella se puso de pie, rodeando el escritorio y recostando sus caderas sobre el mueble, frente al susodicho—. Seguirás  trabajando aquí como mi asistente, y recibirás el salario que te corresponde por ello. Cumplirás con tu horario normal, a menos que necesite me acompañes a algún evento. En cuanto a lo otro, percibirás un sueldo independiente de varios ceros y harás exactamente lo que se te diga. Sin preguntas, sin protestas. Yo pondré las reglas, yo daré las órdenes y tú cumplirás.

—¿No le saldría más barato conseguirse un novio? —preguntó con sorna y ella sonrió con un matiz de tristeza en sus ojos color pardo.

—Créeme que me ha salido bastante caro todos los novios que he tenido, Henry. Con la cantidad de dinero que he tirado para reparar esos errores, comprarías una casa para cada miembro de tu familia, un coche para cada uno y el pago completo de una carrera universitaria en las mejores escuelas del país para tus hermanos.

—Entonces... —el semblante del joven se suavizó—. Yo también tengo unas cuantas condiciones —ella lo miró enarcando una ceja—. Nada de terceros. No me gustan esos juegos... ni fetiches, ni esas cosas del sado.

—¿Y si quiero utilizar juguetes? —preguntó ella divertida, solo para molestarlo porque tampoco le iban esas cosas. El esbozó una sonrisa que le pareció demasiado sensual y sintió como las piernas le temblaban.

—No creo que quiera hacerlo, después de que mis manos la hayan tocado —Camile se atoró con su propia saliva y se sonrojó al extremo. Él se cruzó de brazos, observándola esta vez con curiosidad—Es la primera vez que hace esto, ¿cierto?

—Creo que contigo, Ross, es mi primera vez en todo...

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