Los pensamientos de Kylie se remontaron al día en que todo se vino abajo—su último día en la estación de televisión Lystra.
En aquel entonces, aún era la reportera estrella, cuyas historias siempre llegaban al horario estelar. Había terminado todos los archivos de noticias para la emisión de la noche.
La redacción estaba tranquila, todos concentrados en sus pantallas, enfrascados en su trabajo.
—¡Ahhh, por fin! —exclamó, estirando los brazos mientras se recostaba en la silla para liberar el cansancio—. ¿Alguien quiere café? Voy abajo a comprar.
De inmediato, varias manos se alzaron. Kylie sonrió.
—Muy bien, yo les traigo. Sigan trabajando.
Risas y quejas juguetonas la siguieron, de compañeros todavía ahogados en plazos imposibles.
¡BANG!
El portazo repentino cortó toda conversación.
Todos se quedaron inmóviles.
El presidente de la estación y su asistente estaban en la entrada, irradiando una presión tan densa como una tormenta a punto de estallar.
—Todos fuera, excepto Kylie —ordenó e