El corazón de Kylie latía desbocado, sus respiraciones siguiendo el mismo ritmo frenético.
Poco a poco, empujó todos los dispositivos electrónicos del escritorio hasta esconderlos detrás de su cuerpo. Al menos ya no se veían; era lo mejor que podía hacer en ese momento. Rezó en silencio para que el hombre frente a ella no hubiera visto nada. Pero cuando alzó la vista y sus miradas se cruzaron, lo supo: sí lo había visto.
No había forma de que los ojos de ese tigre se perdieran un detalle.
—¡Muévete! —ordenó Brown con arrogancia, negándose a dar un solo paso atrás, sin importar cuánto se esforzara Kylie por proteger lo que ocultaba.
Ella se quedó inmóvil.
—¿No me oíste? Dije que te muevas —su mirada le erizó la piel. Las rodillas le temblaron; el miedo empezaba a apoderarse de ella.
—Es... es algo personal. No puede revisar mis cosas privadas —dijo en voz baja, aunque se mantuvo firme.
Brown sonrió apenas.
—¿Olvidaste lo que dijiste? —sus palabras la hicieron volver mentalmente a aquel