Últimamente, los besos se habían convertido en parte de la rutina diaria de Livia, como un ritual matutino que no podía saltarse. No es que tuviera opción. No podía negarse, ni siquiera negociar. Pero, curiosamente, tampoco parecía molestarle.
Sus puños cerrados decían una cosa, pero el latido frenético de su pecho—tan fuerte que parecía querer salirse de las costillas—contaba una historia muy distinta.
Y Damian… él nunca perdía la oportunidad de darle su beso de buenos días. Se había vuelto un desayuno innegociable en la habitación que compartían.
Al salir de la habitación, Damian tomó su mano, tirando suavemente de ella para que caminaran sincronizados por el pasillo.
—Cariño, ¿puedo salir este fin de semana? —preguntó Livia, eligiendo bien el momento. Damian siempre estaba de mejor humor después de los besos matinales.
—¿Hmm? —su típica respuesta, una que exigía explicación sin pedirla directamente.
Livia ya empezaba a entenderlo mejor. Quizás hasta se le estaban pegando las habili