—Bebé —Livia se acercó.
—Ven aquí —Damian extendió la mano.
Livia dudó un segundo antes de tomarla y sentarse a su lado.
—¿Qué has comido? —preguntó mientras le limpiaba los labios con suavidad, sin apartar los ojos de su rostro. Aún quedaba un poco de helado en la comisura de su boca.
Y, sin previo aviso, un beso suave aterrizó en sus labios.
Sobresaltada, Livia se apartó instintivamente, sobre todo al darse cuenta de que alguien estaba de pie cerca de ellos.
—Bebé, ya terminé de comer helado —dijo rápido.
—Se ve delicioso. Yo también quiero.
Otro beso.
—Bebé, ya basta. ¿Quién es ella? —Livia señaló a la mujer que estaba de pie, en silencio, al lado de Damian.
La mujer asintió con educación.
—¿Ah, ella? Preséntate —dijo Damian con total naturalidad.
—Buenas noches, señorita. Me llamo Leela. Puede llamarme como le sea más cómodo —respondió la mujer con una sonrisa respetuosa.
Livia frunció el ceño.
‘Oye, ¿me vas a poner una asistente personal? ¿Para qué? No necesito ni criada ni mayor