Al cerrar la puerta, Livia soltó un suspiro profundo.
¿Cómo puede estar tan tranquilo estando desnudo frente a mí? Soy su esposa, no su sirvienta… pero aun así, es vergonzoso.
Al pasarle el recado al mayordomo, notó la tensión en su expresión. Él enseguida llamó al personal de cocina, y el lugar estalló en una frenética actividad.
—Así que el aceite tiene que hacerse fresco primero. Maldito loco —murmuró Livia en voz baja.
Si hay que preparar los fideos desde cero cada vez, ¿para qué demonios tener una fábrica de instantáneos?
En ese momento apareció el asistente Brown.
Ella marchó hacia él, lista para soltarle unas cuantas verdades.
—Disculpe, asistente Brown. ¿Podemos hablar?
Él inclinó la cabeza con cortesía, dándole paso.
—Asistente Brown, cuando dije que me avisara antes de que el señor Damian regresara—
—Sí, ya le informé cuando llegó, señorita.
—¡No! Quise decir una hora o al menos media hora antes. ¿Y si no estoy en casa? ¿Y si aún estoy en la tienda? —la voz de Livia se agudi