Segundo piso de la tienda
“¿Qué está pasando? ¿Está enojado?” Livia permanecía en silencio, sin atreverse a decir nada.
Abajo, los empleados terminaban de envolver paquetes mientras disfrutaban felices de la comida que el señor Damian había traído. Arriba, en la mesa, ya estaban servidas las pizzas, la pasta y las bebidas.
Livia lo miró de reojo. Damian parecía un hombre frente a un rompecabezas imposible de resolver. Su expresión era fría, molesta, impenetrable.
No apartaba los ojos de ella. Y, sin saber por qué, aquello la irritaba. Ni siquiera él entendía el motivo; solo sabía que su esposa era una tonta.
Una tonta, porque era demasiado buena.
Para romper el silencio incómodo, Livia se deslizó del sofá y se sentó en el suelo. Tomó una porción de pizza y dio un mordisco, luego bebió un sorbo de refresco.
Pero el ambiente que él imponía hacía difícil incluso tragar.
“¿Por qué eres tan buena, idiota?”
Al fin, Damian habló. Tras lo que pareció una eternidad, sus primeras palabras fuero