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El hombre que apareció parecía perfecto, incluso con los ojos adormilados y el pelo despeinado.

—Señorita, acérquese, por favor —insistió el sirviente.

—¿Yo? —parpadeó Livia, señalándose.

Vaciló, luego dio un paso adelante y se quedó allí, en silencio.

—¿Ha venido a saludarme? —la mano de Damián inclinó su barbilla, obligándola a mirarlo a los ojos—, antes de que él mismo apartara la mirada con la misma rapidez.

—S-sí... señor —murmuró ella.

Sin decir nada más, siguió a Damián y a Brown de regreso al dormitorio.

—Señorita, ¿podría cambiar la ropa del joven señor? —preguntó la camarera con suavidad.

Livia se paralizó, a medio quitarse los zapatos de Damián. ¿Perdón?

Damián, sentado en silencio en el sofá, no reaccionó.

—Eh—yo traeré su ropa, pero el asistente Brown puede... encargarse —respondió ella, atragantándose casi con las palabras.

Al final fue Brown quien vistió a Damián.

Livia tomó su traje, lo abrazó contra el pecho y se volvió, con la cabeza baja.

Cuando Damián terminó de ca
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