El sonido del agua corriendo se oía débil desde el baño: Damian todavía estaba en la ducha.

Livia entró en el dormitorio, el estómago por fin satisfecho después de un desayuno rápido en la cocina. Había pasado hambre; si hubiese esperado a que Damian se sentara a la mesa, probablemente se habría desmayado.

El señor se había quedado dormido hoy, algo que había producido un revuelo en toda la casa. El asistente Brown había estado activo en el despacho desde primera hora. Mientras tanto, la suegra y la cuñada montaban un drama abajo, angustiadas porque su querido Damian no había hecho acto de presencia.

Livia suspiró y se dejó caer en una silla, frotándose las sienes.

—Qué pesados… pero supongo que de verdad lo quieren —pensó.

Miró la pantalla de su viejo teléfono y frunció el ceño, sumida en reflexiones. Anoche había logrado sacar algo de información de una criada parlanchina: pequeños datos sobre una mujer llamada Helena. No había sido fácil. Había tenido que fingir celos, mantener el