24

Livia entró en la habitación con el asistente Brown siguiéndola de cerca.

Damian estaba recostado contra el cabecero, las piernas estiradas y la vista clavada en el teléfono. En cuanto la vio, su voz sonó como un látigo.

—¿Dónde estabas? Te dije que estaba enfermo y desapareciste por horas.

Livia parpadeó y respondió con calma.

—Perdón, señor. Estaba esperando su desayuno.

—¿Enfermo, eh? Con esa actitud parece más poseído que enfermo —murmuró Livia para sí. El hombre aún tenía todas sus fuerzas y su temperamento característico.

—¿Está bien, joven señor? ¿Debo preparar el jet para un chequeo en el país B? —preguntó Brown con la preocupación ensayada de siempre.

Livia se atragantó por contener la risa y se llevó la mano a la boca. Demasiado tarde.

Los dos hombres se volvieron hacia ella.

—¿Te estás riendo de mí? —gruñó Damian, con la irritación asomando en los ojos.

—No, señor —dijo ella con rostro serio—. Jamás me atrevería.

Pero todo este numerito es una comedia, añadió en silencio.

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