—Tú decides qué quieres ponerte fuera de casa. A mí no me importa —dijo Damian con indiferencia.
Mentiroso. Si no te importara, ¿por qué estás aquí? Seguro viniste solo para torturarme. La expresión de Livia se endureció.
—No estás contenta de que haya venido —dijo Damian con una sonrisa burlona.
—¿Cómo no iba a estar contenta, señor? Su visita a un lugar tan humilde como este es todo un honor para mí. —Livia aplaudió, fingiendo alegría.
—Entonces deberías haberme dado las gracias.
—¡Ah, claro! ¡Gracias, señor, por su visita! —Livia suspiró por dentro una y otra vez.
Ahora, por favor, vete. Lárgate. ¿Cómo explico esto a los demás? ¿Por qué dijiste que eras mi esposo? La irritación la asfixiaba.
—¿No me vas a dar de beber?
—Sí, espere un momento, señor. Bajo enseguida. —Livia se levantó y bajó las escaleras a medias, casi corriendo. Miró de reojo al asistente Brown, que estaba sentado, entretenido con su teléfono.
El hombre asintió y esbozó una sonrisa. Livia desvió la mirada con gesto