20

El coche se detuvo en el estacionamiento de un local de dos plantas. Ahora, Damian y Brown estaban justo frente a la entrada: una puerta de vidrio negro que brillaba bajo la luz del sol.

Sí, ese era el lugar de trabajo de Livia.

Dos guardaespaldas se mantenían detrás de Damian. Brown aún no entendía por qué su joven maestro quería venir aquí, pero quizá esa era la idea de diversión de Damian: ver a Livia entrar en pánico y retorcerse de nervios.

Brown murmuró para sí mismo: Su nivel de diversión sádica parece subir un escalón cada día.

Seguía sin comprender las intenciones de Damian, pero como siempre, obedeció. Finalmente, abrió la puerta.

—Disculpen —saludó Brown con cortesía.

Las tres mujeres que estaban dentro se sobresaltaron. Se pusieron de pie de golpe; una incluso dejó caer su teléfono. El miedo se reflejó en sus rostros.

—Perdón, ¿quiénes son ustedes? —preguntó una de ellas con cautela.

Era raro que alguien distinto de los repartidores se presentara ahí. Y esos hombres, con t
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