12

A un costado de la carretera, cerca de un lago artificial—conocido entre los locales como el Lago Verde por el tono jade de sus aguas y los jardines que lo rodeaban—Livia se inclinó hacia adelante en el asiento.

—Disculpe, señor. ¿Podría bajarme aquí? —tocó suavemente el hombro del conductor.

El hombre la miró sorprendido por el retrovisor.

—Pero, señorita… aún no ha llegado a su destino.

—Está bien, señor. Tengo algo que hacer —respondió con una leve sonrisa mientras el coche se detenía en la acera.

—¿Quiere que la espere?

—No hace falta. Terminaré el pedido aquí y le daré una calificación de cinco estrellas. Aquí tiene la tarifa.

Él le extendió el cambio, pero Livia lo rechazó con un gesto suave.

—Quédese con eso. Que tenga un buen día.

—Vaya, muchísimas gracias por la propina, señorita.

—De nada. Cuídese.

—Que tenga un buen día usted también.

Cuando el coche se alejó, Livia permaneció quieta un momento antes de cruzar la carretera desierta. Su destino no era su tienda… todavía no.
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