Cuatro personas estaban sentadas alrededor de la mesa del comedor cuando Livia entró en la habitación. Se detuvo, sorprendida de ver a una invitada nueva esa mañana.
—¡Buenos días, hermano Damian!
Una voz suave, demasiado familiar, resonó en el aire. Livia la reconoció de inmediato.
¿Clarissa? El estómago se le encogió. ¿No fue ella la que levantó la bandera de guerra en la boda?
Clarissa se apresuró a saludar a Damian, que bajaba por las escaleras, y luego le lanzó a Livia una rápida mirada.
—Buenos días, cuñada —añadió con dulzura.
¿Cuñada? Livia tuvo que resistir la tentación de poner los ojos en blanco. Por favor. Ya tenía dos, y no pensaba sumar otra—mucho menos alguien como ella.
Damian apenas le dedicó una mirada.
—¿Qué haces aquí? —preguntó mientras se dirigía a la mesa.
—Jenny y yo fuimos a una fiesta anoche. Se hizo tarde, así que me quedé aquí.
Clarissa estaba a punto de tomarle del brazo, cuando las siguientes palabras de Damian la dejaron helada.
—Desayuna… y vete a casa.