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Cuando Livia vio a Damian sentado junto a Helena, algo dentro de ella se quebró. Una extraña oleada de celos le inundó el pecho, punzante y ardiente. No sabía de dónde venía… pero estaba ahí.

Gruñó en voz baja, con los ojos fijos en la pantalla del televisor. En su corazón, los maldijo a ambos.

Jenny y Sophia se miraron con nerviosismo. El rostro de Livia había cambiado. Su expresión era fría, la mandíbula apretada, y su silencio demasiado ruidoso.

—Cuñada… pero el hermano Damian parece sorprendido. Debe de no saber que la hermana Helena aparecería —dijo Sophia con cuidado, señalando la expresión congelada de Damian en la pantalla.

‘Oye, ¿cómo es posible que el asistente no lo supiera? ¿Qué es, un fantasma? No hay manera de que no esperara que Helena apareciera.’

—Es cierto. ¡Mira la cara del hermano Damian, está fastidiado! —añadió Jenny, intentando aliviar la tensión.

—Ugh, ¿por qué de repente odio tanto a Helena? —resopló Sophia—. ¿Acaso no puede entender una indirecta?

‘Amor. Está
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