Una romántica y cálida melodía llenaba el salón de bodas en cuanto entraron. La novia aún no había aparecido, pero el novio, Enrico Fabri, ataviado con un elegante esmoquin negro, se movía de un lado a otro atendiendo a los invitados.
Enrico no tardó en fijarse en una pareja que destacaba entre la multitud. Él era apuesto y elegante; ella, menuda y delicada, con una piel que parecía de porcelana. A pesar de la diferencia de estaturas, se complementaban a la perfección.
—¡Angelo!
Enrico levantó una mano y lo saludó con una sonrisa que le iluminaba toda la cara antes de caminar directamente hacia ellos.
Angelo le devolvió la sonrisa, con un brillo particular en la mirada.
—Enrico, ¡muchísimas felicidades por tu boda!
—¿Ya estás completamente recuperado de la pierna?
La mirada de Enrico se desvió hacia las piernas de su amigo, notando con sorpresa que se movía sin dificultad.
—La última vez que Stella y yo te vimos en Inglaterra, todavía no estabas del todo bien. ¡Qué bueno que ya te rec