Paolo se quedó inmóvil, sin decir una palabra, con la mandíbula tensa.
Al ver su expresión severa, Romina sintió un escalofrío. Poco a poco, dejó de sollozar y se mordió el labio.
Él se apoyó en la ventana y encendió un cigarro con calma. El humo blanco que exhaló desdibujó sus facciones mientras una sonrisa asomaba en sus labios.
—Si quieres seguir aquí, lo primero que tienes que aprender es a callarte.
El rostro de Romina se contrajo por el temblor. Lo observó fijamente, notando que en sus ojos, además de su habitual indiferencia, parecía haber una emoción difícil de leer. Tomó una bocanada de aire y susurró:
—Aprenderé a ser una mujer discreta a tu lado. Yo… de verdad quiero estar contigo… No me corras, por favor.
Se balanceaba con suavidad, rodeando la cintura de Paolo con sus brazos y frotando su cuerpo contra el de él con movimientos sinuosos.
Llevaba tantos años a su lado. Aunque solo fuera en el papel de amante, era un rol que, en su opinión, había desempeñado a la perfección.