Al sentir el calor de la tela, Cristina se estremeció.
—Tengo frío…
Una suavidad nueva para ella apareció en la mirada de Paolo. Con cuidado, posó sus dedos sobre la cara pálida de Cristina. Estaba helada. Suspiró. A pesar de la gruesa sábana, su cuerpo no dejaba de temblar. Bajó la vista y metió una mano bajo el cuello de Cristina. La piel seguía helada. Arrugó la frente y, sin pensarlo dos veces, se quitó el saco gris oscuro, se desabrochó el cinturón y se metió en la cama con ella.
Al sentir una fuente de calor, Cristina emitió un leve quejido y, de forma inconsciente, se pegó más a él.
Paolo la rodeó con sus brazos. El calor de su cuerpo comenzó a disipar el frío que la envolvía. Ella suspiró y se acurrucó aún más en su pecho. Él sintió cómo su espalda se tensaba por un instante, pero una leve sonrisa se dibujó en sus labios. Con su mano libre, comenzó a exprimir con delicadeza el agua de su cabello.
—¿Por qué eres tan ingenua? —susurró cerca de su oído, con voz ronca—. ¿Por qué n