—Eso no importa en este momento. Lo único que sé es que voy a tener a mi hijo por encima de cualquier cosa.—Tú sabes muy bien cómo es tu hermano, y no va a permitir que tengas un hijo siendo madre soltera.—Mamá, ¿por qué permiten que Michael sea tan mala persona? Él no tiene por qué meterse en mi vida. No soy una niña, soy mayor de edad y puedo hacer con mi vida lo que me venga en gana. Además, no le estoy haciendo daño a nadie.—Hija, pero... —Juliana se marchó al patio trasero, dejando a su madre con la palabra en la boca.Michael no tardó en darse cuenta de que Juliana estaba embarazada, y en cuanto lo supo, se enfureció. Ya tenía cinco meses de gestación y, cada vez que su hermano visitaba la casa, ella se escondía en su cuarto o usaba camisetas grandes para ocultar su vientre creciente. Pero un día, Michael llegó sin ser visto y la encontró en la cocina.—¡Eres una zorra! —Juliana dejó caer el plato con fruta picada que tenía en las manos. Su rostro reflejaba el miedo que le te
—¡Mary…! —dijo Carlos con la voz entrecortada, como si el pasado hubiera decidido presentarse de golpe ante sus ojos—. ¡Eres tú!—Su nombre no es Mary —intervino Rafaela con firmeza, y su tono cortante fue como un cuchillo que partió en seco la emoción del momento.Carlos parpadeó, atónito. Sus ojos se posaron de nuevo en el rostro de la joven, tan parecido al de aquella mujer que una vez marcó su vida.—¿Qué le pasa, señor? —añadió Rafaela, esta vez con dureza, colocando a su hija detrás de ella como si quisiera protegerla de un fantasma que volvía a rondarlas.Las miradas de ambos se encontraron por un instante. La sorpresa, el dolor y la rabia no disimulada flotaban en el aire denso que los envolvía.—Vaya, vaya… a quién tenemos aquí... —murmuró Carlos, alzando la vista al cielo con fingida admiración—. La gran dama Rafaela Martín.—Lo mismo digo... El gran señor del pueblo, Carlos Robles —respondió ella, arrastrando las palabras con una ironía que parecía veneno—. Te presento a mi
Mientras tanto, por los alrededores de la gran hacienda Martín, rondaba John desde hacía varios días. Su aspecto era lamentable: vestido con harapos y con un rostro casi cadavérico, estaba irreconocible. Nada quedaba de aquel hombre rozagante y apuesto de meses atrás.Rafaela fue informada de la situación y decidió comprobarlo por sí misma. Al verlo, su corazón se llenó de tristeza. John siempre había sido un bueno para nada, un mantenido y mujeriego que nunca se preocupó por nada. Ahora, el resultado de su vida desordenada lo había llevado a la miseria. Sabía que, como en otras ocasiones, su hermano buscaba regresar, y, como siempre, ella lo ayudaría.Lo hizo entrar en la casa y pidió que lo trataran como antes, pero el que es, no deja de ser. Pronto, John demostró su verdadera naturaleza. No le importaban su familia ni sus opiniones; su objetivo estaba claro, e Isabel formaba parte de él.Aprovechando la complicidad de la oscuridad, John entró en la habitación de Isabel tomándola po
Con el paso de los días, Rafaela mostró signos de mejoría. Sus médicos le recomendaron reposo y tranquilidad. Una semana después, ya estaba de regreso en casa, poniéndose al tanto de lo ocurrido en su ausencia. Isabel, sin embargo, no podía quitarse la preocupación de la cabeza. Temía que la llegada de su madre atrajera nuevamente a John y que su salud volviera a deteriorarse.Mientras tanto, Michael continuaba con su investigación sobre la familia Martín, pero no encontraba información relevante. Parecía que esa familia había surgido de la nada, pero poco a poco empezó a sacar sus propias conclusiones.Entonces, una nueva luz trajo esperanza a la familia.El llanto de un bebé rompió el silencio de la madrugada.—¡Un varón! —resonó la voz del médico.Era un hermoso niño, fruto del amor entre Pedro y Juliana.Desgraciadamente, su padre seguía en estado de coma. Pero el pequeño, de tez trigueña, se parecía más a Pedro que a su madre. Juliana, con lágrimas en los ojos, sonrió con ternura
—¡Juliana! ¿Dónde has estado? —La voz de Michael la tomó por sorpresa.Ella giró lentamente y lo vio caminar hacia ella.—Hola, Michael —respondió nerviosa.—¿Dónde has estado, Juliana? Papá y mamá me han preguntado por ti, y no supe qué decirles.—Yo estaba… trabajando —dijo Juliana, desviando la mirada hacia Isabel—. Michael, te presento a Isabel.Michael la miró de arriba abajo, sin demasiado entusiasmo.—Mucho gusto —dijo en tono seco—. ¿Es tu hijo?Isabel abrió los ojos con sorpresa y miró a Juliana en busca de una respuesta.—Sí, es su hijo —respondió Juliana rápidamente, antes de que Isabel pudiera reaccionar.Michael la miró con desprecio.—Papá y mamá se fueron de vacaciones, regresarán en unos días. Estoy ocupado ahora, pero quiero saber dónde puedo encontrarte. Me preocupas.—Estoy en casa de los Martin. Aquí tienes mi número —dijo, entregándole un papel con su teléfono—. Nos vemos, Michael.Él la besó en la frente antes de despedirse.De camino a casa, Isabel no pudo conte
Nadie entendía cómo John había logrado entrar a la habitación de Isabel. La seguridad de la mansión dejaba mucho que desear.Tras reducirlo, los criados lo arrastraron fuera de la casa mientras Juliana llamaba a la policía. No permitirían que siguiera cerca, mucho menos después de lo que había intentado hacer.Desde el exterior, se escuchaban sus gritos llenos de rabia.—¡Te mataré a ti y a tu hijo, maldita entrometida! —vociferaba John con furia. —¡Y tú, Isabel, serás mía, aunque me cueste la vida! ¡Esto no ha terminado! Yo soy tu única familia, deberías estar a mi lado, no con extraños que no te quieren. ¡Yo sí te quiero y puedo demostrártelo!Juliana cerró los ojos con impotencia, tratando de contener el temblor en sus manos. Su instinto le decía que John no se detendría hasta lograr su cometido.Se giró hacia Isabel, quien, con la mirada perdida, terminaba de vestirse.—¿Te hizo daño? —preguntó con preocupación.Isabel evitó su mirada y respondió con voz temblorosa:—Me golpeó, pe
Juliana agradeció a su hermano por su ayuda. Isabel, aunque también valoraba el gesto generoso de Michael, no podía evitar sentirse incómoda. Extrañaba su casa, su cama, su habitación... extrañaba todo. Pero lo que más la inquietaba era la forma en que Michael la observaba. En su mirada azul había algo extraño, quizás desprecio, tal vez algo más. Para evitarlo, prefería no mirarlo directamente a los ojos.—Espero que se sientan cómodas —dijo Michael con un tono neutro—. Casi no uso este apartamento, pero siempre me preocupo de que esté limpio por si alguien lo necesita.—¿Aquí es donde traes a todas tus novias? —preguntó Juliana con una risita burlona.Michael la miró con una sonrisa en los labios antes de tomarla en sus brazos y darle un fuerte abrazo, seguido de un beso en la frente. Pero el momento se rompió abruptamente con el llanto del bebé, proveniente de la habitación. Isabel corrió hacia él y lo arrulló contra su pecho, mientras Juliana, con manos temblorosas, buscaba el bibe
De la noche a la mañana, la vida de Isabel había dado un giro sorprendente. De ser la reina del hogar, donde todo lo tenía y sus deseos se convertían en realidad, ahora estaba con lo poco que pudo empacar en una pequeña maleta. Dependía completamente de personas que, aunque buenas, seguían siendo extrañas para ella.Nunca antes había lavado un plato, ni tomado una escoba para barrer, mucho menos para limpiar. Y ahora se encontraba realizando labores domésticas. Sin embargo, no le molestaba. Lo hacía con gusto, como una forma de agradecer a quienes le habían brindado refugio.Una tarde, después de clases, su teléfono sonó. Miró la pantalla y vio un número desconocido. Dudó por un momento, pero finalmente decidió contestar.—¿Hola?—¿Hija? ¿Eres tú?—¿Mamá? ¿Dónde estás? ¿Por qué...?—Hija, escucha con atención. Tengo poco tiempo. Quiero que salgas de la casa, hazlo cuanto antes. No confíes en John. Dile a Juliana que te saque de ahí. Yo estoy bien, no te preocupes. Pronto nos veremos.