—¡No seas imbécil! —volvió a gritar Rafaela—. No vuelvas a decir estupideces. ¿Sabes? He cambiado de opinión. Quiero que te vayas —dijo decidida.
—Te recuerdo que tú y yo somos los dueños de estas empresas.
—Hermanito, eso era antes de que despilfarraras cantidades de dinero a diario. Tengo por escrito cada peso que gastas y, la verdad, es poco lo que te queda. Es mejor que aceptes mi oferta.
—¿Y cuál es tu oferta, hermanita?
—Que me vendas tu parte y te vayas.
—Está bien, no se diga más. Busca a tu abogado, yo traeré el mío y a los contadores. Que el negocio se haga lo más pronto posible.
Para Rafaela, aquello fue una sorpresa. No esperaba que su hermano tomara la decisión con tanta tranquilidad.
Rafaela le entregó lo que le correspondía y, en realidad, no fue mucho. Las salidas con mujeres, las lujosas fiestas, los costosos viajes y las excesivas facturas de ropa para él y sus novias fueron creando un enorme hueco en la fortuna que compartían. Rafaela, astuta y precavida, conocía bi