XXIII Cupido negro

Sábado, mediodía. Habían pasado diez minutos desde que Vlad le dijera a Samantha que saldrían. “¿A dónde?”, había preguntado ella, con su expresión de cervatillo en la carretera frente a un camión maderero a toda velocidad. “Ya lo sabrás”, dijo él, con su expresión de demonio sensual recién salido del averno.

En cuanto su trasero tocó el asiento del auto, Sam se puso el cinturón de inmediato. No lo usaba cuando ocurrió el accidente, Julian tampoco porque habían decidido que era más urgente besarse primero. El ángel que podría haberla salvado ya no estaba y ahora ni siquiera sabía si saldría con vida de la salida con su jefe. No recordaba haberlo hecho enfadar. Últimamente lo dejaba hacerle lo que quisiera y, si eso no bastaba para mantenerlo sereno, ya no sabría qué más hacer.

—Relájate ¿Por qué estás tan nerviosa? ¿Has hecho algo malo?

Ella negó más de la cuenta. Vlad arqueó una ceja, mirando por su ventanilla. El lujoso

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