XXI El padre del demonio

Samantha se llevó una mano a la boca. Los gemidos eran incontenibles y no quería que la escucharan. Justo con la alarma había comenzado el ataque mañanero de su jefe. Las manos que iban por todas partes, los besos húmedos y hambrientos, la firmeza innecesaria en las zonas lesionadas, eran un cóctel frenético que la hacía estremecerse. Dolía tanto ¿Sería igual de doloroso si no estuviera tan herida? ¡No¡ Aquel pensamiento sólo le traería problemas. No podía ni siquiera imaginar que esta situación se prolongara en el futuro más allá de una semana, no aguantaría tanto, la pasión desbordada de su salvaje jefe acabaría lisiándola.

Por fin la tortura acabó. La presión en su cuerpo se alivianó y dejó de ser acosado por la lujuria inesperada de Vlad Sarkov. Él se dejó caer sobre su torso, apoyándole la cabeza en el hombro bueno, aunque de bueno ya no le quedara mucho. Ella permaneció inmóvil, recuperándose de los espasmos que la recorrían de pies a cabeza. Los dol

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