El asistente Brown era un hombre que siempre hacía todo por sí mismo. Había crecido así, y se sentía orgulloso de todo lo que había logrado. Todo lo que pasaba por sus manos debía hacerse a la perfección. Exigía perfección, sobre todo cuando se trataba de cualquier cosa que el señor Alexander quisiera.
Kylie miró al hombre que aún tenía la cabeza apoyada en su hombro y recostó la suya sobre la de él. Estaba segura de que, en algún rincón del corazón de ese hombre, existía una parte que también anhelaba tener un hombro donde apoyarse, una parte que quería comportarse de manera mimada, como cualquier persona normal.
Ay… quiero ver otra vez esa carita… esa expresión adorable, como de gatito.
—Cariño, ¿cuántas veces tengo que decírtelo? —dijo él con voz suave—. Eres la única que veo. En mis ojos, solo existes tú. Si estuvieras en medio de una multitud, tu rostro sería el único que podría distinguir. Todos los demás solo se verían como pilares que sostienen el edificio.
Así que deja de pre