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El sol ya se había alzado alto, y el calor empezaba a extenderse por todas partes. Damian se veía inquieto e incómodo, con la piel perlada de sudor.

—Brown.

—Sí, joven amo —respondió Brown, acercándose y agachándose ligeramente junto al sofá—. ¿Necesita algo?

—¿Ya se ha saludado a todos?

Ya le había dicho al mayordomo Matt que dejara a los invitados mezclarse libremente. Se irían cuando se aburrieran.

—Sí, señor. Debería descansar adentro ahora. El aire está cada vez más caliente.

Sintiendo cómo el calor se pegaba a su piel, Brown notó claramente que su amo estaba incómodo. Desvió la mirada hacia la enfermera que estaba al lado de Davina.

—Lleve a la señorita Davina adentro —ordenó Brown.

La enfermera obedeció de inmediato, levantando el portabebés.

—Vamos adentro, hace mucho calor —dijo Livia, mientras una gota de sudor le resbalaba por el cuello. Damian extendió la mano y la tomó.

Brown permaneció donde estaba hasta que Damian y Livia desaparecieron dentro de la casa. Se limpió el s
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