Esas palabras de su madre dejaron a Kylie atónita.
‘¿Así que ya lo ha perdonado… y nos ha dado su bendición?’ pensó Kylie, sintiendo un nudo en la garganta. ‘Al final se ablandó. Sabía que mamá no se mantendría terca para siempre.’
—¡Entonces díselo, mamá! —exclamó Kylie, alzando la voz—. ¡Dile que a ti también te gusta!
—¿Decirle qué? —murmuró su madre, sonrojándose a pesar de sí misma—. Está bien… está bien. La próxima vez lo saludaré como se debe. Y le diré que no traiga nada más.
Kylie soltó un suspiro de alivio y sus ojos se posaron en la pila de regalos repartidos por la casa.
—No puedo detenerlo del todo, mamá. Si quiere traer algo, lo hará —dijo Kylie.
—¡Por el amor de Dios! —resopló su madre—. Solo dile: ¡no más regalos! Ya me ha caído bien, incluso si no trae nada. Dile eso.
Kylie se acercó y empezó a masajear suavemente las piernas de su madre.
—En realidad, mamá… no iba a decir esto. Quería que lo descubrieras por ti misma, pero no creo que lo adivinaras.
Su madre la miró