Finalmente sonreí y asentí.
Lo que nunca imaginé fue que Jorge me encontraría en Santa Clara.
Apenas salíamos Néstor y yo de probarnos los trajes de boda cuando lo vi, de pie bajo un árbol frente a nosotros.
Vestía una simple camisa blanca, su cabello desordenado, el rostro pálido, sin brillo alguno en sus ojos.
Su mirada se posó brevemente en nuestras manos entrelazadas antes de desviarla.
Jorge esbozó una sonrisa forzada:
—Mariana, he venido a llevarte a casa.
—No esperaremos hasta el año que viene. Volvamos a casarnos ahora, ¿te parece?
Dio unos pasos hacia nosotros.
Néstor instintivamente quiso interponerse, pero lo detuve.
Mientras le arreglaba la corbata ligeramente torcida, le dije con voz suave:
—Espérame en el coche.
—Volveré pronto. Mi madre ha preparado tu comida favorita, regresaremos juntos más tarde.
Néstor bajó la mirada hacia mí, con una ligera sonrisa en los labios, y respondió:
—De acuerdo.
Finalmente, tras lanzar una breve mirada a Jorge, se dirigió hacia el estacion