Cuando Alba despertó, un tanto desorientada, ya era mediodía y, afuera, seguía lloviendo a cántaros. Ella abrió los ojos y se sobresaltó al ver el oscuro dosel de terciopelo verde.
Atemorizada, miró a todos lados, en búsqueda del más mínimo detalle que la hiciera reconocer con certeza el lugar dónde se encontraba. Pero, fue en vano, ni siquiera vio a Damián.
«Por ti, estoy arriesgando lo único que tengo, mi vida. No pido nada de tu parte, solo que seas un poco agradecida conmigo…»
Resonó en su mente la voz de Damián que le recordó los últimos acontecimientos antes de haber perdido la consciencia. Sentada en la cama con la mirada gacha y pensativa no pudo evitar sentir cierta incomodidad al respecto.
Enterarse de lo cerca que había estado de formar parte de las mujeres que habitaban la primer planta, era un shock demasiado fuerte para ella. Pero, si lo pensaba mejor no era tan incómodo como el hecho de saber que él había sido la persona que le había evitado aquel infortunio.
«Y y