—¿Me permite serle honesto, señorita Bernal? — preguntó él en un exabrupto de sinceridad y confianza mientras volvía a la escritura — No se ofenda, pero creo que a ambos nos ha dejado pensando aquello que vimos en la primer planta…
Ella no respondió ante esa observación. Él tampoco dio muestras de notarlo. Solo siguió el silencio y una mirada pensativa lo contemplaba trabajar.Mientras el ruido de las teclas era lo único que se oía en la boardilla, Alba, comenzó a observarlo con desconfianza. Quizás, él no tenía tan buenas intenciones, como había supuesto al principio.Al ser consciente de que, más que probablemente, ella había actuado como una tonta ingenua, la avergonzaba. Y, lo que era peor, la sola idea de que él estuviera intentando aprovecharse de la situación, la ofendía.—Disculpe…— volvió a interrumpir, dejando ver su enojo, cosa que sorprendió a Damián — ¿Acaso usted me está confundiendo con una de esas mujeres indecentes… como«¿Por qué dije todo eso? Si ni un beso he probado. Él tiene motivo de sobra para ofenderse…» Se reprochaba una y mil veces mientras caminaba a su lado. De vez en cuando, se atrevía a mirarlo con timidez de reojo. Creía estar en lo cierto al intuir que él estaba enojado. Sin embargo, entre más lo observaba, más le daba la impresión de que, quizás, todo eso eran solo sus propios pensamientos. Eso la hacía sentir aun más estúpida.Al llegar a la primer planta, él se detuvo para acercársele al oído. Su aliento olía a tabaco y eso la hizo estremecer, haciéndola sentir estúpida e indecente por darse cuenta de un simple detalle:¿Cómo no iba a malinterpretarla si ella reaccionaba de esa manera a su cercanía? Porque, él ya lo había notado. Por si le quedaban dudas, con lo que él le había dicho en el altillo, bien en claro le había dejado la advertencia velada de que se daba cuenta de lo que provocaba en ella. —Espere aquí
Quizás, tensar las cuerdas un poco más, no fuera lo correcto. Al menos no por esa noche. Damián era realista y duro con esos detalles: Apenas se conocían y él era un hipócrita al decir que solo quería salvarla de todo lo malo que pudiera ocurrirle en ese lugar. Sí realmente no tenía malas intenciones con ella ¿Por qué debería estar siendo tan vil como para jugar así de bajo?«¡Porque la condenada carne es débil y esta mocosa inexperta ya me puso a prueba lo suficiente como para no aprovechar el momento!¡Maldita sea!¡Al diablo con las cortesías!¡A la porra con las buenas costumbres!¡Seré sincero y que su Dios me juzgue!¿Qué va?»Se dijo así mismo perdiendo la paciencia ante sus propias inseguridades. A decir verdad, ambos habían tensado tanto las cosas que, si no ocurría nada en esa misma noche, eso era porque él hubiera decidido poner pies en polvorosa y cerrar el altillo con llave. Cosa que no ocurrió. —Sobre el sabor de los besos y sob
«Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!»Eran las cuatro de la mañana. Aun así, el sonido estridente y acelerado de la máquina de escribir seguía llenando el aire en la pequeña y vieja boardilla. Como ya él mismo lo había previsto, Damián no pudo conseguir dormir ni siquiera un poco. Todo lo ocurrido en el día anterior lo atormentaba cada vez que intentaba cerrar los ojos y dormir.De modo que, cansado de dar vueltas en la cama, tener pesadillas vívidas y de sofocarse con sus propios pensamientos, terminó por decidirse a ponerse a trabajar en las cosas que le habían quedado pospuestas. Entre ellas, esa carta.«Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!Tac, Tac, Tac, Tac, Tac ¡Chin!»Se detuvo un momento para estirar los dedos agarra todos por el martilleo incesante de la máquina de escribir. Miró de soslayo a ese papel que había escrito con lo que Alba le había dictado.Suspiró, inquieto y con
Martha entró a la boardilla. Ya llevaba un poco más de una hora en la puerta observando en silencio como su ahijado se torturaba por quién sabe qué hubiera ocurrido.Caminó por el lugar, hasta llegar al lado de Damián. Se detuvo un momento, solo para observar como él seguía con la vista fija en la máquina de escribir.Se lo veía de pésimo humor. De pronto, con un resoplido, volvió a colocar las manos sobre las teclas y siguió con su trabajo. Por el sonido que hacía al escribir, a ella, no le cupo dudas de que él, no parecía de pésimo humor. Sino que, en efecto, lo estaba. Así pues, sin esperar ningún tipo de invitación, corrió la silla que se hallaba vacía al lado de él y se sentó. Ni aun así, teniéndola a su lado, Damián pareció reparar en su presencia. Esa indiferencia no la ofendía en absoluto ¿Por qué lo haría? Si sabía muy bien que, desde niño, él siempre había sido así. Y más aun, cuando algo lo fastidiaba o preocupaba.
—¿Y ahora qué quieres, Martha?— preguntó de malhumor sin apartar la vista de la máquina de escribir — Que sea rápido, por favor. Estoy ocupado.Martha se encogió de hombros sin inmutarse. Ya lo conocía lo suficiente como para saber con exactitud cómo tratarlo.—Solo he pasado a saludar antes de irme a dormir.— informó como si el asunto no fuera de importancia — Conociéndote, asumí que estarías despierto… después de esa intrigante visita…Decir aquello, fue todo lo que necesitó para dar rienda suelta a la vulnerabilidad de Damián. En silencio, vio apartarse un poco de la máquina de escribir, como si , milagrosamente, se hubiese olvidado de ella. Se lo podía notar demasiado cansado y preocupado por algo. Aunque por fuera ella aparentaba decinteres, por dentro comenzaba a sentir la urgencia de apurarlo para que se dejara de tanto misterio y soltara la sopa de una buena vez.Pero no dijo nada. Al contrario, esperó con paciencia a
Aunque le tuviera terror a las malditas ratas que solían meterse en aquella escalerilla que daba directo a las cocinas del último patio, prefirió entrar por ella. No tenía ánimos para tomar el camino más largo pero limpio.De modo que, cerrando los ojos y rogando a ese Dios que tanto detestaba por no encontrarse con ningún roedor, caminó por la bodega, con pasos ligeros. Desde el umbral de la entrada, vio que en la cocina solo se encontraba Alba, atizando el fuego y exprimiendo un par de limones. Tal lo visto, Martha ya había pasado por allí a hacer de las suyas. Eso era algo que se lo tendría que haber visto venir. Aunque, en amén a la verdad, seguía sin entender cuál era la importancia de ese condenado zumo. Se preguntó si, quizás, a Alba sí se lo hubiese dicho. Solo sería cuestión de aventurarse y preguntar. —Buenos días, señorita Bernal ¿Necesita ayuda con eso? — preguntó adelantando un par de pasos con una sonrisa afable.Al hacerlo, tuvo ocasión de sobra para ver como ella se
Por un momento Damián dudó ante las reacciones de Alba. Quizás, fuera la falta de experiencia al estar en presencia de mujeres como ella. Lo cierto era que no supo cómo reaccionar al instante. Por instinto y miedo de estropear las cosas, quiso echarse hacía atrás y darle algo de espacio. Pero al verla a los ojos, le faltó el coraje para hacerlo. Por un momento, si mente soñadora tuvo la idea de que, tal vez, aquel encuentro ya había sido escrito en los libros de la vida y que, lo más sensato, sería dejarse llevar.A fin de cuentas, si ella lo deseaba lo suficiente como para dejar el decoro instruido por las monjas ¿Quién diablos se creía él para resistirse? Si ya tenía bien sabido que también la deseaba. Estrechó su cintura con un solo brazo, ese cuerpo tan frágil entre sus manos era un placer imposible de negarse. Posando la otra mano en su mejilla, la detuvo, para acariciarle los labios con la yema de sus dedos y, de esa forma, saborear mejor el
En ese momento, caminaban por las calles de París, rumbo al mercado, cada uno llevaba dos canastas vacías. Donna María había decidido que, lo mejor sería que Alba hiciera las compras para ese día. Pero, claro, la muchacha no conocía el lugar. De modo que, al ver a Damián desocupado, como siempre, le pidió que la acompañase, alegando que no era correcto que una muchacha como ella anduviera sola por las calles.«Aunque, decir que me lo pidió con amabilidad… lo que se dice amabilidad, no fue. Pero ¿Ya qué? ¿Quién le puede decir que no a esa mujer cuando esgrime su legendario cucharón de madera dispuesta a hacerse oír? Al menos, yo, no… y menos si se trata de ella…»Reconoció Damián, tan sarcástico como siempre mientras le echaba una mirada de soslayo a Alba que iba a su lado ocupada en seguirle el paso. Se dio cuenta que, como siempre le ocurría, estaba yendo demasiado rápido. Pero eso era normal en él y más en esas calles, donde si te quedabas quieto un segundo corrías el riesgo de ser