—¡Ah, maldito seas, Damián!¿Qué jodidos crees que haces viniendo de esta forma sin avisar?— gritó histérica una joven rubicunda de cabello rubio y labios pintados.
Damián no respondió, estaba más preocupado por ayudar a Alba a entrar por la ventana que de calmar a Marguy por el susto que le había dado al entrar en el balcón de esa forma tan fortuita. Además ¿Cuándo había sido que él hubiera avisado antes de llegar? Que su memoria no le fallaba, desde que Marguy se había independizado e ido a vivir allí, que él jamás había hecho tal cosa. La miró de soslayo, quizás, Martha tenía razón y, fuera de sus problemas, entre ellos, había mucho por hablar.—Digamos que… estaba caminando por la calle con la señorita Bernal, la nueva empleada en las cocinas de la casona, y, de pronto me pareció buena idea venir a visitar a mi vieja y querida amiga de la infancia, Marguy. A la que, dicho sea, considero como a la hermana mayor que nunca tuve…— explicó con una so