Tan tuyo, tan mía (1era. Parte)
Días después
Banyoles, España
Lance
Estos días me he dedicado a enseñarle a Karina a montar. Hemos seguido yendo al lago, incluso me las arreglé para llevar vino, mantas y algo de comida para un picnic, quedarnos a ver el atardecer y regresar tarde a la hacienda. Poco a poco siento que la distancia entre nosotros se acorta, aunque aún hay miradas suyas que me hacen temer perderla.
Ahora estamos cenando con mi familia. La mesa está llena de risas, copas que tintinean y recuerdos que vuelven una y otra vez. Karina conversa animada, aunque a ratos se queda en silencio, observándome de reojo.
Entonces Alejandra, con esa lengua filosa de siempre, rompe la calma.
—Karina, ¿qué le hiciste a este tonto para que hable español? —dice entre risas, con la copa en la mano.
Karina se ríe, sorprendida.
—¿Por qué? Siempre me habló en español desde el primer día que lo conocí.
—Pues conmigo no. Yo me la pasaba molestándolo porque solo hablaba inglés. Le decía: “estás en España, deberías hablar español”