Unos días después
New York
Karina
En la oficina todos creen que soy la mujer seria. La eficiente, la que nunca se despeina, la que responde correos incluso antes del primer café. La que jamás mezcla lo personal con lo profesional. Y por lo general… tienen razón.
No me interesan las complicaciones, y mucho menos si vienen envueltas en una sonrisa arrogante, un traje a medida y esa mirada de quien cree que el mundo está a sus pies, como Lance Mckeson. Peligroso. Seductor. Absurda e irritantemente encantador.
No entiendo por qué insiste tanto. ¿Qué parte de “no estoy interesada” no le queda clara?
Y hoy, como si el universo decidiera poner a prueba mi paciencia, encuentro otro ramo de rosas blancas en mi escritorio. El tercero en menos de diez días. Me detengo frente a él sin tocarlo. Contengo el suspiro, pero mis dedos tiemblan cuando arranco la tarjeta.
"Solo una cita, hermosa. Solo eso te pido. —LM"
—No puede ser… —murmuro entre dientes, arrugando el papel con rabia contenida.
—¿Karina