Sorpresas, celos, y más (2da. Parte)
La misma noche
Dallas
Lance
Dicen que los hombres somos protectores por excelencia, tanto que muchas veces nos comparan con animales marcando su territorio. Yo diría que estaba en nuestra esencia proteger para sentirnos protegidos, porque cuando veíamos a la persona que amábamos en peligro no nos deteníamos a pensar, solo actuábamos movidos por ese instinto. Aunque, claro, a veces la sensatez debía imponerse antes de cometer una estupidez o un error irreparable.
Y ahí estaba yo, con la rabia contenida mientras el imbécil del hijo de Wilson me lanzaba esa mirada de estúpido después de lo sucedido con Karina. Por más ganas que tenía de romperle la cara, tuve que ser sensato. No quería problemas con ella, y mucho menos con mi madre. Así que, tragándome el orgullo, dejé escapar mi voz en el ambiente:
—Tiene razón, John. Dejemos el incidente atrás —dije, mientras Karina seguía aferrada a mi brazo, como si también quisiera recordarme que debía mantener la calma.
Al final, en este instante es