Capitulo treinta y uno.
La mente de Sofía era, en ese instante, un entramado de cables expuestos, chisporroteando en la penumbra de su incertidumbre. Había estado viviendo en esa especie de cortocircuito desde hacía tres días, desde que su padre, con la crudeza de quien poco aprecio te tiene, soltó la verdad como quien arroja una copa contra el suelo, la revelación del engaño, de la traición impensada.
Adrián, su difunto esposo, ese cómplice de risas y silencios, no sólo le había negado la promesa de un amor auténtico, sino que había compartido su lealtad con Lyra, su propia hermana. El eco de esa confesión reverberaba sin piedad en la cabeza de Sofía, como una alarma que no cesa, como una lámpara que parpadea sin parar.
La traición la sacudía en oleadas. Cada vez que trataba de aferrarse a una idea, la memoria la arrastraba hacia paisajes que ahora parecían distorsionados, carentes de sentido. No podía permitirse odiar a Lyra, que apenas ingresaba a la adolescencia, tan ingenua, quizás tan necesitada de afe