Capítulo — El Milagro de las 12:25
El frío del quirófano no se parecía a nada que Anahír hubiera sentido antes. El aire era tan limpio que parecía cortar la piel y, aun así, había un calor invisible que la envolvía: la mano de Nicolás apretando la suya, transmitiéndole la seguridad que solo él podía darle.
—Estoy acá, amor —susurró él, inclinado sobre ella, con los ojos brillosos bajo el barbijo quirúrgico—. No te voy a soltar ni un segundo.
Anahír quiso responder, pero la emoción le cerraba la garganta. Se limitó a asentir, con esa sonrisa débil que nacía del miedo, pero también de la esperanza. Mientras el anestesista hacía su trabajo, ella buscó refugio en esos ojos que habían sido su casa desde hacía años.
—¿Te acordás…? —balbuceó, apenas audaz entre el zumbido de las máquinas—. Cuando me dejaste en la obra y saliste en la camioneta como un rayo porque empezaban a nacer las gemelas pero me dejaste en el portón del Cinco Estrellas.
Nicolás rió por lo bajo, emocionado.
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