Capítulo — Un voto y una parrillada de bromas
La mañana en la obra empezó con un aire distinto. El sol brillaba fuerte, pero quienes realmente brillaban eran Sol y Bruno entrando juntos, ambos con lentes de sol oscuros. El murmullo entre los compañeros no tardó en levantarse.
—¿Y estos dos? —comentó uno, señalando divertido.
—Mirá que vienen de resaca de carnaval, ¿eh? —agregó otro.
Un maestro mayor, levantando una regla como si fuera un cetro, soltó la frase que hizo estallar a todos:
—¡Déjenlos ser felices, che! Que la vida es un día feliz, y el resto, puro cemento.
Las carcajadas se mezclaron con el sonido de martillos y taladros. Sol se sonrojó detrás de los lentes, y Bruno, con esa sonrisa ladina, inclinó la cabeza como aceptando la broma.
—Si me siguen jodiendo, voy a cobrar peaje para las risas —dijo él, y de inmediato uno le contestó:
—¿Y lo vas a cobrar en asados?
—Hecho, pero asado a la uruguaya.
Ese día la obra marchó impecable. Nada de retrasos, nada de contrati