CAPÍTULO – LA NUEVA ESTRATEGIA
La ciudad amanecía con un cielo encapotado, denso, como si la atmósfera misma presintiera la tormenta que se avecinaba.En el asiento del conductor de un auto viejo, estacionado a metros de una esquina transitada, Fabricio Castiglioni aspiraba el humo de su cigarrillo con los ojos fijos en el retrovisor. Las ojeras marcadas, el rostro demacrado y la barba crecida hablaban de noches sin dormir, de pensamientos corrosivos que lo consumían por dentro.
Ese auto, que alguna vez fue de Pipo, se había convertido en su escondite, su oficina móvil, su refugio miserable. Desde allí vigilaba, planeaba y maldecía.
—¡Mierda! —escupió, golpeando con fuerza el volante varias veces con rabia —. Siempre están un paso adelante.
Lo había notado. Silvia ya no caminaba sola. Cada vez que intentaba acercarse, un auto aparecía en la esquina contraria. Una moto giraba justo cuando él aceleraba. Había ojos invisibles vigilando cada paso de esa mujer. Fabián Mansilla la estab