Capítulo – Donde nace un buen doctor
Aquel día, Damián Torres llegó al hospital antes del amanecer. Como siempre.
El silencio de los pasillos aún dormidos, el murmullo de las máquinas conectadas a la vida, el olor limpio a desinfectante y café recalentado… todo eso lo abrazaba como si fuera parte de él. Porque lo era. Porque él no conocía otra forma de vivir que no fuera entregándose.
Colgó su guardapolvo blanco en la puerta, se ató bien los cordones de las zapatillas y se miró un momento en el pequeño espejo que había sobre la pileta.
—Vamos, Torres —se dijo con una media sonrisa—. Hoy te esperan esas dos diablitas de Nicolás Martínez.
Y salió, con el estetoscopio sobre el cuello y la calma de quien conoce el valor del tiempo.
Pero antes de que lo conozcan como doctor, Damián había sido un niño del barrio Los Tréboles, donde las calles no siempre tenían nombre y el viento colaba frío por las paredes de chapa. Fue hijo único. Su madre, Eugenia, era costurera de día y ayudante en