13:00 hs. — PERSPECTIVA: Román.
Apenas se hicieron las trece en punto en el reloj de esa cueva maldita, que para mí era más una prisión que una oficina de trabajo, salí pitando con mi mochilita hacia la cafetería de mi planta. Tenía media hora para mí, para disfrutar de mi almuerzo y de un rato de paz y tranquilidad. Nada de papeles, nada de e-mails, nada de fotocopiadoras ni grapadoras. Y, por sobre todas las cosas, nada que tuviera que ver con el anormal de Damián.
Feliz, contento y con una sonrisa de oreja a oreja, abrí mi mochila y saqué un bocadillo que no debía medir menos de cuarenta centímetros de largo y unos diez de ancho. Adentro tenía queso cheddar en lonchas, lechuga, tomate, beicon, cebolla y mucha, mucha mayonesa. Esta vez me había esmerado sabiendo el día de mierda que iba a pasar. Por eso, sin muchos más preámbulos, quité el papel de aluminio que envolvía su gorda cabeza y me dispuse a dar el primer y tan ansiado mordisco.
—¡Román!
Una vocecita bastante molesta y nada