19:00 hs. - Damián.
—¿Damián? ¿Puedes venir a mi oficina?
—Sí, por supuesto.
Su aparición era inminente. En el descanso me había dicho que quería verme, pero yo, aprovechando que estaba de trabajo hasta la coronilla, pensé en estirar ese momento lo máximo posible. Pero, en fin, Barrientos terminó adelantándose y me vino a buscar en persona.
Cuando estaba llegando a su despacho, Alejandra salía del suyo que estaba una puerta antes en ese estrecho pasillo.
—Te compadezco, bonico... —me dijo cuando nos cruzamos, sin detenerse y poniéndome una mano en el hombro mientras negaba con la cabeza.
—¿Me compadeces por qué? ¡Oye, no te vayas!
Había logrado asustarme. Ya me estaba imaginando lo peor. Más horas extras, más tiempo que no iba a poder pasar con