—¿Estás bien? —me preguntó entonces Fernando, y me sacó de mis pensamientos con una suave caricia en la mejilla.
—Sí... —mentí claramente. No me estaba gustando el rumbo que estaba tomando esa conversación. No quería llegar a donde parecía inminente que íbamos a llegar.
—Dale —se levantó y se puso a mi lado—, ¿qué te pasa?
—¿Hace falta que te lo diga? —dije esquivando su vista.
—Sí... —elevó su mano y me levantó la cara desde el mentón—. Quiero escucharlo.
—No quiero que te vayas... —dije finalmente. Él sonrió y me devolvió la cortesía con un tierno besito en los labios.
—Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Así es la vida —se puso de pie y volvió a su sitio.
—¿Tan poco te importo? —le reclamé con más pena que enfado.
—No, mi amor. No te miento si te digo que ahora mismo no hay nadie que me importe más que vos. Pero, entendeme, no me voy a arrastrar. No me quiero arrastrar.
También tenía razón en eso. Si ya de por sí nos había costado horrores que se quedara en casa hasta ese día, ya ni quer