Interior – Hospital, pasillo frente a la habitación de James – Noche.El tic tac del reloj en la pared es lo único que se escucha mientras Vittorio permanece de pie frente a la puerta cerrada. Lleva horas sin moverse, con la espalda apoyada contra la pared, los ojos fijos en el suelo, la mandíbula tensa. Cristian, más adelante en el pasillo, fuma en silencio, sabiendo que cualquier palabra estaría de más. La herida en Vittorio no es física, pero sangra igual.Sofía emerge de la habitación, pálida, los ojos cansados, el maquillaje corrido. Ha estado al lado de James desde que permitieron las visitas. Mira a Vittorio como si cargara un peso insoportable y, por primera vez en años, ya no hay furia en sus ojos. Solo desilusión. Un cansancio que nace del dolor acumulado.—Necesito hablar contigo. A solas.Vittorio la observa sin responder de inmediato. Luego asiente, le lanza una mirada a Cristian y ambos se alejan hasta una esquina más apartada del pasillo. La tensión entre ellos es palpa
Interior – Habitación de hospital, al día siguiente – MediodíaLa luz blanca del hospital entra a través de la ventana con una suavidad que contrasta con la pesadez del ambiente. Monitores emiten sonidos rítmicos. Las cortinas se mueven levemente con la brisa de una pequeña ventana entreabierta.James abre los ojos con lentitud. Sus pupilas tiemblan al acostumbrarse a la claridad. El dolor es un recordatorio inmediato. En la pierna, en el costado, en el pecho. Intenta moverse, pero un quejido se escapa de sus labios.—¡James! —la voz de Sofía se rompe al pronunciarlo. Corre hacia él y le toma la mano con fuerza—. Tranquilo, mi amor… estás bien. Todo está bien.Él la mira confundido, los labios secos, los recuerdos difusos como humo.—¿Qué… pasó? —pregunta con esfuerzo.Sofía acaricia su frente, traga saliva y sonríe con ternura.—Un coche. Fue un accidente. Pero ya estás fuera de peligro. Estás aquí, conmigo.James parpadea. El recuerdo regresa a pedazos. Salía del colegio. Vio a Dere
Interior – Mansión Carbone, despacho de Vittorio – Semanas más tarde. — Atardecer.Las sombras del atardecer se filtran por las ventanas altas del despacho. Todo está en orden: libros alineados, el aroma tenue de madera encerada, y Vittorio inclinado sobre el escritorio firmando papeles, con la chaqueta colgada del respaldo de la silla.La puerta se abre de golpe.Vittorio levanta la vista, y su cuerpo se queda congelado al ver a James entrando, aún con el brazo vendado, el rostro marcado por una sombra de rabia contenida. Por un instante, la coraza del hombre poderoso se resquebraja. Pero solo por dentro.—James... —musita con un intento torpe de sonrisa, forzando la voz grave a sonar serena—. Me alegra verte de pie.James no responde. Avanza firme. Sus pasos resuenan contra el mármol del suelo hasta detenerse frente al escritorio.—¿Es cierto? —pregunta con los ojos fijos en su padre—. ¿Es cierto que no fuiste ni un solo día al hospital?Vittorio lo observa en silencio. Se inclina h
James levantó la mirada lentamente, clavando los ojos en su madre. La tensión en la sala era tan densa que nadie se atrevía a respirar.—¿Qué quieres decir con que Vittorio no me haría daño? —preguntó, con la voz baja, tensa, contenida—. ¿Estás defendiendo al hombre que me tendió una trampa hace unos años? ¿Al mismo que casi me mata a mí y a Sean en aquel centro comercial? Por favor. Vittorio no quería aceptar lo que él mismo era. Homosexual Sofía lo miró, sin retroceder, pero algo en su rostro se quebró. La máscara de calma se resquebrajó por primera vez.—James...—¡Dilo! —gritó, dando un paso al frente—. ¡Dilo de una maldita vez! ¿Qué estás ocultando? ¿Desde cuándo?—Desde que tú tenías diecisiete años —confesó ella, bajando la mirada como si el peso de esa frase la hundiera.El silencio se hizo pedazos. Todos se quedaron congelados. James palideció.—¿Qué cosa?—El día que fuiste atropellado —continuó Sofía, con la voz temblorosa—. Estuviste horas en coma. Los médicos no sabían
Sean lo miró, preocupado, y cuando James se giró para caminar hacia la puerta, lo alcanzó rápidamente. Con una mano, lo detuvo suavemente, tomando su brazo con firmeza.—¿Qué harás, James? —preguntó, su voz cargada de temor. La intensidad en los ojos de James era palpable, como si llevara una tormenta en el pecho.James suspiró, con la respiración entrecortada, y sin mirar atrás, dejó que la mano de Sean lo tocara.—Necesito ver a mi padre, Sean —respondió con determinación—. Iré solo.Derek, que había permanecido callado, se adelantó y puso una mano en el hombro de James, con una expresión seria y grave.—No puedes ir solo —dijo, con voz firme. Pero sabía que no importaba lo que dijera. James ya había tomado su decisión, y ese fuego en sus ojos no podía ser apagado.James levantó la mirada, limpiándose las mejillas con brusquedad. Estaba agotado, pero su resolución no temblaba.—Tengo que hacerlo, Derek —respondió, su voz cargada de una tristeza profunda, pero clara—. Se lo debo, a m
James lo miró con los ojos húmedos, sintiendo que toda la rabia contenida durante años se revolvía dentro de él.—Entonces dime. Dímelo todo. Porque si vine hasta aquí… es para escuchar la verdad. De una maldita vez.Y Vittorio asintió, despacio. Con la mirada cargada de una historia que aún no había sido contada.—Entra. Esto no es algo que se diga en medio del frío… ni de pie.El interior de la cabaña estaba bañado por una luz tenue, cálida, proveniente de un par de lámparas de aceite que creaban sombras danzantes en las paredes de madera. El lugar era modesto, casi austero, pero estaba limpio y organizado, como si alguien hubiera dedicado años a hacerlo habitable en medio del olvido. Había una mesa de madera envejecida en el centro, dos sillones gastados frente a una chimenea apagada, y una pequeña repisa con libros desordenados y una radio antigua.James entró con cautela, aún con el pecho agitado por el encuentro, pero fue entonces cuando lo vio.Cristian estaba allí. De pie, al
Se levantó del sillón y comenzó a caminar lentamente por la sala, como si reviviera cada segundo.—Ella era la hija del poderoso Señor Martín, amigo de mi padre. Inteligente. Hermosa. Ambiciosa. Y sobre todo, devota del poder. Me casé con ella como un prisionero que firma su sentencia. Pero jamás dejé de ver a Cristian. Nos seguíamos viendo en secreto. Nos encontrábamos en lugares remotos, como adolescentes desesperados. Cada beso era una guerra ganada. Cada noche juntos era un desafío al infierno.—¿Y Sofía lo supo? —preguntó James, sin poder contenerse.Vittorio asintió, con la mirada dura.—Claro que lo supo. Siempre lo supo. Pero al principio le convenía callar. Mientras tuviera mi apellido, mi dinero y mi familia detrás, le daba igual a quién amara yo en secreto. Pero con el tiempo... se hartó. O tal vez se enamoró de mí, quién sabe. Lo cierto es que una noche, me atreví, estuviste con Cristian en nuestra propia habitación, ellas nos vió.—Vittorio se detuvo y miró a su hijo direc
Cristian Soto apretó el paso, sintiendo cómo los libros bajo su brazo resbalaban ligeramente con cada movimiento apresurado. El sonido de sus zapatos golpeando el pavimento se mezclaba con el murmullo de la ciudad que recién despertaba. La mañana no había sido amable con él: primero, el tráfico lo había retrasado más de lo esperado, y luego, un pequeño altercado en la entrada de la universidad lo había hecho perder aún más tiempo. Ahora, estaba seguro de que llegaría tarde a su primera clase de literatura.Cuando finalmente alcanzó el edificio de la facultad, subió las escaleras de dos en dos, intentando no pensar en la mirada de reproche que recibiría al entrar al aula. Tomó aire antes de empujar la puerta con cuidado y deslizarse dentro, esperando no llamar la atención. Para su fortuna, el profesor estaba concentrado en la pizarra, escribiendo con letra firme y elegante.Cristian avanzó entre las filas de pupitres hasta encontrar un asiento libre. Apenas se dejó caer en la silla, si